Maestro genial, creativo e innovador, ordenado y tenaz, cosmopolita, erudito, líder carismático y seductor, pero sobre todo, entrañable amigo.

Su erudición era inagotable… de cualquier tema surgido en una charla de cafetín, Leo podía hablar con autoridad y conocimiento, desplegando su sabiduría con un lenguaje ameno y expresivo que hechizaba a sus interlocutores, quienes, con nuestro silencio, tratábamos de estirar en el tiempo la magia del momento.

Tuvo la virtud de ser un hombre de mundo, conoció geografías y culturas lejanas. Su especial sensibilidad para la Arquitectura y su prodigiosa memoria, le permitieron acumular un rico bagaje de experiencias que volcó magistralmente en su producción y en su relación con colegas y alumnos.

Mi primer contacto con él fue como alumno en su Taller de Arquitectura. Leo era reconocido por su responsabilidad, dedicación y calidad humana. No tenía horarios, era el primero en llegar y el último en irse. Se distinguía especialmente por el respeto al alumno, a quien escuchaba con serena atención, aunque la propuesta del proyecto no tuviera el nivel esperado… y luego, pedía permiso para dibujar sobre la lámina que estaba siendo criticada. Como alumno eso me marcó mucho … ¡no rayoneaba las hojas!, y sin soberbia trazaba pequeños croquis ilustrativos en un rincón, con claridad y elegancia. Transmitía a sus alumnos seguridad, confianza y la certeza de que se podía mejorar. Siempre encontraba alguna virtud destacable del trabajo de sus alumnos. Así fue como numerosos compañeros de mi época quisieron ser sus discípulos, era un gusto enorme trabajar con Leo. Desde el principio se convirtió en un taller clásico de nuestra Facultad, fundando una escuela que perdura hasta nuestros días.

Muchos de sus ex alumnos, actualmente trabajando en importantes estudios de Europa y Estados Unidos, cuando regresaban temporalmente a Tucumán, programaban una visita a Leo entre sus primeras actividades. Él disfrutaba con gusto, pero con humildad, esos gestos de reconocimiento al maestro, esa devolución de cariño académico y humano que recibía con frecuencia.

Fue un investigador incansable apasionado por la ciencia, y en particular, la geometría y las matemáticas. Estuvo durante muchos años buscando nuevas soluciones a viejos teoremas no completamente resueltos, entre ellos el de Fermat, del que con mucho entusiasmo nos transmitió en el último encuentro que tuvimos con él, que había encontrado una solución más simple y elegante.

Fue un intelectual inconformista, postulando para el proyecto de Arquitectura, su provocadora teoría de la “Concepción y Diseño”, que desató numerosas polémicas. La concepción arquitectónica, al decir de Leo, permite definir las ideas, y el diseño arquitectónico las describe. Por lo tanto, la definición dice qué es, y la descripción dice cómo es con la mayor precisión posible para que los objetos puedan ser materializados en el mundo real.

Formador de espíritus críticos e intelectos pensantes, fue generoso en sus conocimientos. Cada vez que descubría un posible sendero investigativo, lo transmitía a sus colegas para multiplicar las acciones dirigidas al hallazgo de cuestiones morfológicas y funcionales propias de la Arquitectura, sin descuidar su relación con otras áreas de la ciencia.

Leo fue un pionero en muchos aspectos. A nivel nacional, junto con Arturo Montagú de la UBA, fueron los primeros en introducir en la Universidad Nacional la investigación y enseñanza de la computación en el diseño arquitectónico. Estableció vínculos con los grandes centros de la especialidad en diversas latitudes. Trajo el “Taller Virtual Red de las Américas” con sede principal en la Texas A&M University primero, y luego en la Ball State University, Indiana, USA. Cientos de alumnos de nuestra Facultad pasaron por esta experiencia, interactuando con colegas estudiantes y docentes de toda América, ganando concursos que les abrían las puertas a becas presenciales en las sedes de estas Universidades, que muchos de ellos supieron aprovechar después, haciendo de estos lugares su sede permanente para vivir y desarrollarse profesionalmente.

Tuve la inmensa satisfacción de conocerlo bien a Leo. Perdón por la autorreferencia. En el año 1983 siendo alumno de 5to año de la carrera, falleció mi padre. Los que ya pasamos por esto sabemos lo terrible del momento, que nos causa inestabilidad emocional, incertidumbre, conmoción. Fue entonces cuando me dirigí a Leo (mi profesor de Taller), para pedirle un lugarcito en su cátedra para colaborar con él, sin otro interés que encontrar contención y un espacio donde hacer investigación, sin saber muy bien de qué se trataba eso. Me recibió con los brazos abiertos, me regaló un libro de su autoría (que había escrito como tesis de investigación mientras había sido becario en Milton Keynes, Inglaterra) y en pocos días de frecuentar su despacho, me había transmitido los fundamentos más importantes para investigar. Desde ese momento Leo se convirtió en mi segundo padre, y trabajé con él por muchísimos años, hasta el día de su jubilación. Trabajé con él en la Facultad y en su estudio profesional, donde tuve la oportunidad de aprender mucho sobre arquitectura, diseño y construcción.

Leo fue sin dudas, uno de los más destacados arquitectos del posmodernismo regional. Innumerable cantidad de concursos ganados y obras construidas de gran diversidad temática, entre las que se cuentan varios edificios en altura de Tucumán. Pero también diseñó y construyó en el extranjero: Argelia, Brasil, Francia, México entre otros países, fueron testigos de su obra. Fue precursor de la sistematización geométrica aplicada a la arquitectura, y sus escritos fueron publicados en libros y revistas, locales, nacionales e internacionales, dejando un irrenunciable legado a las siguientes generaciones. En lo profesional su sensibilidad se equilibraba con su racionalidad, tenía un gusto estético muy desarrollado (también fue profesor de Historia del Arte en la UNT), pero creo que uno de los ámbitos donde encontraba la plenitud de sus emociones era el Laboratorio de Sistemas de Diseño en conjunto con el Taller de Arquitectura. Lo que se investigaba en el primero, se aplicaba en el segundo, en la interminable búsqueda de nuevas experiencias, estableciendo vínculos en un clima de paz y armonía entre colegas y con colegas de otras universidades del mundo.

Una anécdota que dice mucho de Leo. Estábamos con un grupo de compañeros desvelados la noche anterior a la entrega, dibujando como se hacía en esa época, con estilógrafos y tinta china. Un descuido, y una taza de café arruina un trabajo casi listo. Luis, el damnificado por el accidente, avergonzado por el estado de su lámina, decide no presentar, pero acompaña al grupo al taller. Al llegar los docentes, preguntan por la ausencia y le explican la situación. Entonces Leo se dirige a Luis y le pide que cuelgue su lámina, porque él iba a calificar su trabajo, no la mancha de café (que por cierto era enorme y dificultaba mucho la lectura del dibujo). Un par de horas después, Luis se enteraba que había sacado un diez.

Que Leo constituye un paradigma, un ejemplo a seguir por otros docentes y alumnos de hoy, que serán los profesionales del mañana, no hay ninguna duda. Leo ha dejado y seguirá dejando su huella en la memoria de todos los que lo conocimos. En lo personal debo decir que como docente, como profesional y como hombre, fue un gran maestro. Su legado es gigante, y nosotros tendremos el honor y el deber de hacer crecer lo que nos dejó. ¡Hasta siempre querido Leo!

Arq. Roberto H. Serrentino